Hoy vengo a hablar sobre mí,
ya que nunca lo hago.
Soy esa persona que cuando algo le llena de verdad,
llora,
cuando soy realmente feliz,
lloro,
y cuando siento que no puedo más,
también lloro.
Soy esa persona que coge la pasión y la hace dueña de su vida, que atemora las horas sin ella. Ve las cosas brillar sintiendo ese porvenir que de las simples cosas emanan. Y no sabe no llorar cuando se encuentra realmente feliz.
No podría hablar de mí sin hablar de la pasión que llevo dentro. Esa misma que mueve mi mundo, mi mundo real a veces imaginado. Es la pasión que me mueve a escribir, a hablar sobre ti, a sentir las cosas de la forma en que las siento. Todo eso me llevan a ser yo; a ver las cosas desde mi gran ventana en lo alto de una nube, donde abro la puerta y puedo sentir el sol ardiente en mis manos, donde veo mi rojo de labios en mi reflejo del cristal de esa ventana. Es el mismo lugar donde canto y río, y créanme si digo que es el lugar más maravilloso en el que poder estar.
Y digo poder, porque a veces me escapo río abajo hasta llegar a un pozo, solo a veces me meto dentro. Voy para quedarme unos días, a veces horas, depende de la dirección en la que oscile el viento para ascender de nuevo a mi nube, para ascender de nuevo a la pasión.
Suerte que llevo conmigo una brújula que se mueve, gira y gira y casi nunca está quieta.
A veces se dirige hacia una isla.
A veces hacia el mar.
Me he dado cuenta que cuando me muevo,
ella lo hace conmigo.
Y cuando no está,
muero.
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