Fingía coincidir palabras con personas, articularlas con voz, entender el giro anodino de los cambios de trama, las miradas incrédulas bajo la mía fuera de expresión. Fuera de sí, fuera de todo lo habitable a la propia vista.
Y el día seguía sin grandes sobresaltos, hasta que miré a través de la ventana y me percaté de una libélula tan llena de vida que daban ganas de cogerla. Clavé mi mirada en su aleteo, incesante, lleno de gracia y pureza.
Luego me descubrí tras el cristal, aunque confieso creí estar tras la libélula, al otro lado del cristal junto a ella. Pero tan pronto como aparté la vista llegó la noche y ensombreció todo. La noche parecía más oscura, hasta la luna se apagó, dejando palabras articuladas sin voz, sin ganas, sin purezas dignas de una libélula. Vi como se desprendían sus alas al otro lado del cristal, dejándose caer en la inmensidad oscura de aquella noche.
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