martes, 8 de enero de 2019

Cuervos que no eran cuervos

Me vi ardiendo en el fondo del túnel cuando iba hacia la línea de meta. Horrorizada, alcé la mirada tras adivinar lo que parecían graznidos de cuervos. Los pájaros tenían un aspecto aterrador, los ojos les prendían de un filo hilo, salidos de sus órbitas, colgando como las manecillas de un reloj, pareciendo indicar un límite de tiempo. Incluso juré oír el tick tack a la vez que sus ojos bailoteaban, ocultándose entre los chillidos. Sus plumas se blandían enormes, sin concordar con la proporción de sus cuerpos  y sus picos parecían los de un león hambriento. Les habían atacado, puesto que no dejaba de emanar sangre de sus cuerpos pavorosos. Y ahora venían a por mi.
Así que huí, trepé entre árboles, caí sobre musgo, corrí a través de aquel laberíntico bosque, unas espinas me desgarraron la camisa, la piel, el alma. Me arañaban hasta quedarme indolente, parecía que tenían vida propia, que se alzaban para abofetearme. Venían a por mí y los árboles me lo iban susurrando. De pronto empezó a rugir el viendo con fiereza, de forma tan repentina que me estremeció, un cosquilleo espeluznante me recorrió de arriba a abajo. Venían a por mí.
Corría, mis tobillos tambaleaban, mi respiración apesadumbrada. No me quedaba ya nada en este páramo que pareciera tener fin, alguna escapatoria.
Temblaba, lloraba, presa del pánico. A dónde iré ahora con todo el bosque yendo a por mí. Le rogué al sol que no se fuera, pero este se fue y la luna ocupó su lugar, esbelta entre todo el caos pero sin su vigor habitual. Pero a dónde se había ido todo el mundo. Me refugié de nuevo al final del corredor donde comenzó todo.
No sé cuánto tiempo me quedará hasta que me atrapen.

En una habitación

Una habitación oscura y vacía.
Yo en el centro sentada, pequeña.
No supe iluminarme,
por lo que la habitación siguió permaneciendo oscura,
inerte.
Y yo cada vez más pequeña.